La sobrevivencia del Partido Comunista en EE.UU.




No muy lejos de Wall Street, en el séptimo piso de un elegante edificio de ocho pisos en el oeste de Nueva York, funciona la sede de un improbable sobreviviente político: el Partido Comunista USA (CPUSA). La oficina es iluminada y moderna. En un muro hay fotografías en blanco y negro de las mayores figuras de la historia del partido. Las obras de Marx, Engels y Lenin están apiladas en las estanterías. El edificio fue comprado para alojar al partido en la década de 1970, antes de que Chelsea -el barrio en el que se encuentra- se volviera un lugar de moda. “Hicimos un buen negocio con esto”, dice Roberta Wood, la tesorera. En una concesión a la realidad capitalista, todos menos dos pisos están arrendados. Los ingresos financian la publicación People’s World, un sitio web que es descendiente directo del difunto periódico del partido, The Daily Worker. El partido dice tener entre 2.000 y 3.000 miembros a nivel nacional, de los cuales sólo dos personas son parte de la lista de asalariados, el presidente, Sam Webb, y su vicepresidente, Jarvis Tyner, quien fue candidato a la presidencia en 1970. “El socialismo marcará una nueva era en este país”, dice el programa del partido. “La gran riqueza de Estados Unidos será por primera vez para el beneficio de toda la gente”. “La meta a largo plazo”, dice Webb, es “llegar a la sociedad comunista, el fin de todas las divisiones de clases, una sociedad igualitaria, la extinción del Estado”. El Partido Comunista tuvo alguna vez una fuerte presencia en la política estadounidense. En su apogeo, durante 1930 y 1940, tenía una red sólida a lo largo del país, anotándose varios éxitos electorales. Tres congresistas demócratas eran secretamente miembros del partido. Nunca superaron los 100.000 miembros pero su influencia fue amplia. “Sin duda, tuvo un impacto en la vida estadounidense”, dice Harvey Klehr, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Emory de Atlanta. El inicio de la Guerra Fría trajo la persecución de los comunistas estadounidenses y sus aliados, el más famoso en manos del Comité de Actividades Antiestadounidense, y luego, de parte del senador republicano Joe McCarthy. “Ese período fue ‘devastador’ para el partido, a pesar de que “la represión contra ellos era tan fuerte y de tanto poder, que les generó un inmenso espíritu de compañerismo”, dice Vernon Pederson, profesor de historia en la U. de Gran Falls, en Montana. Durante la Guerra Fría, el Partido Comunista tenía una estructura subterránea paralela y un pequeño número de personas que espiaban para Moscú. Hasta la década de 1980 el partido recibía cantidades importantes de financiación soviética, dice Klehr, dinero del que el FBI sabía y tenía rastreado. Muchos miembros abandonaron el partido tras la represión soviética en Hungría en 1956 y en Checoslovaquia en 1968, mientras el partido mantuvo su línea ortodoxa prosoviética. La ruptura final vino cuando Gus Hall, líder entre 1959 y 2000, apoyó el golpe de Estado de la vertiente más radical de la Unión Soviética contra Mijail Gorbachov en 1991. Pederson asegura estar “ligeramente sorprendido” de que el partido haya logrado sobrevivir a la caída de la Unión Soviética, pero le da crédito a un grupo de miembros “que simplemente se negaron a renunciar sin importar qué tan sombrías estaban las cosas”. “Ellos tienen una convicción extremadamente fuerte y han invertido una cantidad increíble de sus identidades personales en el Partido Comunista”, dice. Webb, el líder actual del partido, es un hombre de 68 años y dice que la tarea inmediata es derrotar a la “extrema derecha” de EE.UU., contribuyendo en la amplia coalición de grupos de izquierda que promueven la lucha contra la desigualdad económica y los derechos de las minorías. El partido se enfrenta a un desafío demográfico: un ex jefe de la división de Nueva York recuerda haber asistido a más de 100 funerales de militantes en el año 2000. Pero también asegura que hubo un pequeño incremento de afiliación y pago de las cuotas en el último tiempo, lo cual atribuye a un aumento de interés generado por la crisis financiera de 2008, y paradójicamente, a los ataques de la derecha contra los “socialistas” demócratas que se interesaron en algunos de la izquierda. Webb señala otros eventos recientes, incluyendo al movimiento Occupy, la elección del socialista Kshama Sawant en el consejo de Seattle y el triunfo de Bill de Blasio en la alcaldía de Nueva York. Una sociedad socialista es la meta del “futuro imaginable”, dice Webb, pero el comunismo está “probablemente mucho más distante”. Los críticos que han seguido el curso del partido, sin embargo, los desestiman. “Las posiciones que adoptan son realmente indistinguibles de los grupos de izquierda de la socialdemocracia”, dice Ron Radosh, historiador y escritor, quien abandonó el partido después de la represión de la sublevación húngara en 1956. Klehr se refiere al partido como “una secta, casi un culto”, y dice que dejó de prestarle atención hace cerca de 10 años, porque se volvió “esencialmente irrelevante”. Tony Pecinovsky, un organizador del partido en los distritos de Kansas, Missouri y Tennessee, dice que los desvanecidos recuerdos de la Guerra Fría y el pragmático activismo de las bases del CPUSA han disminuido el estigma sobre el comunismo, pero los prejuicios siguen arraigados. “Me han llamado terrorista, he recibido amenazas telefónicas, ha aparecido gente en mi casa que no es bienvenida”, dice. Webb dice que él no reacciona adversamente cuando la gente le dice que es un comunista. Alguna gente joven, tal vez con apenas un poco de comprensión de lo que la palabra significa, piensa incluso que es muy cool. Pero da a entender que el partido podría por fin ofrecer algo de bagaje histórico, ya que construye alianzas con otros grupos de izquierda estadounidenses. “Algunos sienten que deberíamos considerar cambiarlo”. Otros sienten fuertemente que no deberíamos. Así que acordamos que permitiremos el espacio para que esa conversación tenga lugar”.

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