De infarto: al último minuto Nacional ganó 1-0 y eliminó a Millos

Dayro Moreno con gol al minuto 92, le dio la clasificación a la final a los antioqueños.



Minuto 90:50, 90:51, 90:52... Nieto levantó la pelota al área, un área inundada de tanta agua que no paró de caer en esos 90 sufridos minutos; Rodin Quiñones partió habilitado. No tuvo que desmarcarse porque nadie lo marcaba. El reloj avanzaba. 90’:53”... El cabezazo de Rodin fue al travesaño, Vikonis se estiró cuan largo es y se vio como en cámara lenta, y no llegó. La pelota rebotó justo a la cabeza del más infalible, de Dayro Moreno. Goool. 1-0. Nacional, finalista.

El Atanasio Girardot se sacudió. No hay gol más feliz para el que lo anota que el que llega en el último segundo, en el último instante, cuando la vida pasa volando frente a los ojos de los perdedores, de Millonarios. El DT Miguel Ángel Russo, quien quizá ya alistaba la lista de los pateadores de los penaltis, se desplomó en el banquillo. Se vio su cara incrédula, su rostro de funeral. Su impotencia. Su rabia. Todo pasaba por su mirada triste.

Y mientras tanto, Dayro corría con los brazos estirados, como abrazando al viento. Gritando con la euforia de los goleadores, el canto que más les queda, el de gol. Él lo había intentado todo el partido. Cada que la pelota le llegaba. Un tiro libre. Un cabezazo... El partido era rebelde con él. Ese gol fue su desahogo. El 1-0 fue sufrido y suficiente para que Nacional clasificara a la final, y para que Millonarios se resignara.

Los penaltis eran el desarrollo más probable. Pasaron 90 minutos y 52 segundos de un partido muy luchado, en una cancha adversa, pesada, llena de agua, donde los charcos parecieron minas que los futbolistas no lograban evitar. Por donde la pelota se negaba a pasar. El fútbol estuvo inundado. Y nunca paró de llover, ni siquiera cuando Dayro ya levantaba los brazos. A esa altura ya a nadie le importaba el agua.

Sin embargo, lo que le sobró al partido fue la tenacidad en ambos equipos. Pusieron a sus mejores guerreros, no con armaduras, más bien con impermeables. Y libraron una batalla titánica. Un choque de fuerzas escudadas en su historia y en su orgullo.

Muy temprano dos de los mejores luchadores de la cancha acuática chocaron en el área y debieron salir truenos del impacto. Franco y Henríquez quedaron tendidos en el pasto. La sangre resbaló por las cabezas empapadas de cada uno, por sus rostros. Terminaron jugando con las heridas cubiertas, emanando cada tanto. No importaba. Importaba el juego.

En ese escenario imposible reinó la furia. El que más pegara. El que más luchara. Hubo patadas despiadadas, golpes impunes, agarrones, faltas en ambas áreas, manos, jalonazos, duelos, penaltis no considerados por el central...

Y mientras tanto, en ese escenario de minas encharcadas, no aparecía el fútbol. Pasaron 37 minutos para que al fin alguien comprendiera cuál era el secreto a voces. Tocaba patear. Mosquera, de Millonarios, aprovechó un instante de libertad y no se puso a gambetear ni a avanzar con la pelota ni a pensar. Pateó en cuanto pudo y debió ser gol, de no ser porque el arquero Franco Armani se arrojó como quien se lanza en clavada a una piscina olímpica. Desvió la pelota.

Millonarios se tomó confianza con ese remate. Se dio cuenta de que Nacional, el poderoso Nacional, el imbatible Nacional, no arrancaba. Que lucía entumecido. Fue cundo Mackalister Silva también probó y nuevamente hizo volar a Armani, que vestido de rosado, llegó arriba, al ángulo, y conjuró el peligro que asomaba.

Millonarios terminó el primer tiempo más adaptado a ese terreno, luchando el partido. Arrancando la segunda parte Armani volvió a zambullirse en el área para desviar otro balonazo que caía con peligro tras un tiro de esquina. Pero seguía el 0-0.

Entonces despertó Nacional. Comenzó a remar en esa cancha intransitable. Dayro recordó que es goleador. Y metió un cabezazo que hizo sacudir al Atanasio Girardot y al que respondió bien Vikonis. Luego volvió a intentarlo. Nacional se fue encima... Pero Nacional no tenía quién lo guiara. Macnelly Torres se ahogó desde el comienzo.

Mateus Uribe pataleaba como si evidentemente estuviera bajo el agua. Ibargüen parecía entumido. Bocanegra se fue encalambrado... Y mientras tanto, los guerreros azules también fueron cayendo. Franco emanaba sangre cada tanto. Jhon Duque se fue entre lamentos, al parecer por un desgarro –lo reemplazó Henao–. Y a Mosquera se le quemó la pólvora con el agua. El segundo tiempo se le puso río arriba a Millonarios. Y el 0-0, irrompible.

Los cuerpos de azules y verdes se fueron agotando. El 0-0 era una prolongación del juego de ida. Los penaltis comenzaron a palpitarse en el Atanasio, con el drama que eso implicaba para los locales, con la angustia que implicaba para los visitantes, con el lamento de los técnicos, con el sufrimiento de las hinchadas, la presente y la ausente.

90’:52”, 90’:53”, el cronometro avanzaba más veloz que esos cuerpo exhaustos. Fue cuando Rodin metió su cabezazo milagroso, cuando la defensa de Millos, quizá por primera vez en 90 minutos, parpadeo, cuando la suerte del remate acompañó la pelota, y cuando Dayro Moreno puso su cabeza de oro, la de la final.

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